lunes, 7 de agosto de 2017

Grooland (3/3)

  Mientras la espera de los desesperados continuaba, en Grooland, ante la falta de actividad de las industrias de los pueblos vecinos, el cielo pareció despejarse, algunos claros dejaban pasar unos cuantos rayos de un sol que se creía extinguido, una valiente brizna de hierba contagió a otras briznas y todas formaron un prado, un renacuajo surgido de una charca cercana llegó a ser rana y se comió una mosca que acababa de despegar de una mierda de vaca que había aparecido en el prado creado recientemente comiéndose a la valiente brizna de hierba. Estos avances de la naturaleza hicieron que entre los desesperados que esperaban la limpieza de los alrededores de la torre para efectuar su salto, cundiera un ánimo de esperanza, a esta esperanza también ayudaba las comodidades que Douro había dispuesto para que su espera no fuera tan desesperada, y ese hilo de esperanza sembró ciertas dudas entre los desesperados que ahora aguardaban cómodamente en las casas habilitadas a tal efecto por Douro y alargaban en exceso su salto al vacío. Ante esta nueva situación Douro tuvo que tomar una drástica determinación, el que no saltará a lo largo del día tenía que abandonar inmediatamente Grooland. Prácticamente la mitad de los allí instalados decidieron saltar, el resto, animado por la visión de la rana comiéndose a la mosca que acababa de despegar de la mierda de vaca que a su vez se había comido a la valiente brizna de hierba, decidió regresar a sus lugares de origen.

   Pasado el episodio de la desesperación colectiva, Douro pensó que la Gran Torre volvería a tener la función que tenía antaño, que no era otra que deslucir de manera tremenda el paisaje, pero se equivocó. El uso que se dio a la torre esos días llegó hasta oídos muy lejanos, atrayendo a gente diversa que quería hacer uso de ella costara lo que costara. Ante esta perspectiva Douro no iba a dejar que Grooland se convirtiera en una anarquía de desesperados sin ningún tipo de control haciendo cola a los pies de la torre para estampar sus cuerpos sobre unos prados que volvían a querer ser verdes.  Así, dio un toque más profesional al uso de la Gran Torre, estipuló un horario concreto para los saltos, que se realizarían de 9 de la mañana a 9 de la noche, colocando un temporizador en una bombilla al pie de la escalera que al estar encendida indicaba el horario de apertura, el resto del tiempo se reservó para las tareas de limpieza del efecto producido en el suelo por los cuerpos estampados al caer. A la Gran Torre le puso el nombre de Suicídromo y se volvieron a habilitar las casas de espera, a unos precios ciertamente abusivos, para que los desesperados no estuvieran deambulando por Grooland antes de dar el gran salto y fuera del horario de apertura. También se colocaron carteles por toda la comarca para que todo desesperado conociera la ubicación correcta del Suicídromo y no anduviera molestando a los vecinos preguntando y dando pistas sobre sus nada agradables próximas intenciones.

   Hoy en día Douro mantiene en Grooland un próspero negocio, por el que se acercan para dar el gran salto tipos que quieren que su salto parezca un accidente, corruptos para finalizar su afición corruptiva, telespectadores desesperados porque en dos telediarios seguidos no se ha hablado de Venezuela, algún despistado que otro y sobre todo, gente a la que nunca le volvió a funcionar la pantalla del móvil.

Fin

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