Mientras la espera de los desesperados continuaba, en Grooland, ante la falta de actividad de las industrias de
los pueblos vecinos, el cielo pareció despejarse, algunos claros dejaban pasar
unos cuantos rayos de un sol que se creía extinguido, una valiente brizna de
hierba contagió a otras briznas y todas formaron un prado, un renacuajo surgido
de una charca cercana llegó a ser rana y se comió una mosca que acababa de despegar de
una mierda de vaca que había aparecido en el prado creado recientemente
comiéndose a la valiente brizna de hierba. Estos avances de la naturaleza
hicieron que entre los desesperados que esperaban la limpieza de los
alrededores de la torre para efectuar su salto, cundiera un ánimo de esperanza,
a esta esperanza también ayudaba las comodidades que Douro había dispuesto para
que su espera no fuera tan desesperada, y ese hilo de esperanza sembró ciertas
dudas entre los desesperados que ahora aguardaban cómodamente en las casas
habilitadas a tal efecto por Douro y alargaban en exceso su salto al vacío. Ante esta nueva situación Douro tuvo que tomar una drástica determinación, el que no saltará a lo largo
del día tenía que abandonar inmediatamente Grooland. Prácticamente la mitad de
los allí instalados decidieron saltar, el resto, animado por la visión de la
rana comiéndose a la mosca que acababa de despegar de la mierda de vaca que a
su vez se había comido a la valiente brizna de hierba, decidió regresar a sus lugares
de origen.
Pasado
el episodio de la desesperación colectiva, Douro pensó que la Gran Torre
volvería a tener la función que tenía antaño, que no era otra que deslucir de
manera tremenda el paisaje, pero se equivocó. El uso que se dio a la torre esos días llegó hasta
oídos muy lejanos, atrayendo a gente diversa que quería hacer uso de ella
costara lo que costara. Ante esta perspectiva Douro no iba a dejar que Grooland
se convirtiera en una anarquía de desesperados sin ningún tipo de control
haciendo cola a los pies de la torre para estampar sus cuerpos sobre unos
prados que volvían a querer ser verdes. Así,
dio un toque más profesional al uso de la Gran Torre, estipuló un horario
concreto para los saltos, que se realizarían de 9 de la mañana a 9 de la noche,
colocando un temporizador en una bombilla al pie de la escalera que al estar
encendida indicaba el horario de apertura, el resto del tiempo se reservó para
las tareas de limpieza del efecto producido en el suelo por los cuerpos estampados
al caer. A la Gran Torre le puso el nombre de Suicídromo y se volvieron a
habilitar las casas de espera, a unos precios ciertamente abusivos, para que
los desesperados no estuvieran deambulando por Grooland antes de dar el gran
salto y fuera del horario de apertura. También se colocaron carteles por toda
la comarca para que todo desesperado conociera la ubicación correcta del
Suicídromo y no anduviera molestando a los vecinos preguntando y dando pistas sobre sus nada
agradables próximas intenciones.
Hoy en día Douro mantiene en Grooland un próspero negocio, por el que se
acercan para dar el gran salto tipos que quieren que su salto parezca un
accidente, corruptos para finalizar su afición corruptiva, telespectadores desesperados
porque en dos telediarios seguidos no se ha hablado de Venezuela, algún
despistado que otro y sobre todo, gente a la que nunca le volvió a funcionar la
pantalla del móvil.
Fin
Fin