Día 5. 08:30, el avión despega, todos deseamos que se
dirija directamente a nuestro destino, Yakarta, unas 14 horas de vuelo, pero a
las 7 horas más o menos de haber despegado, el avión vuelve a tomar tierra.
Estamos en medio del desierto, el calor es insoportable mientras esperamos el
autobús de turno, que no sabemos dónde coño nos llevará esta vez. 16:00, llega
el mencionado autobús, y si estábamos ya en medio del desierto, ahora nos
dirigimos más aún al medio-medio del desierto. Son las 17:30, llega el autobús
a su destino, el sol va cayendo pero es imposible estar en el exterior, nos
meten en una gran carpa con aire acondicionado y unas cien personas en su
interior, allí están también los 50 indonesios que hacen el viaje contrario al
nuestro, nos presentamos, saludamos y charlamos amistosamente de la manera más
clara posible, es decir mediante gestos grotescos, nos dan un té y unas pastas.
Hay una indonesia preciosa, se llama Bethari, nos decimos cuatro tonterías en
mal inglés y nos quedamos fijamente mirándonos a los ojos, realmente es una
maravilla de mujer. 19:00, llega un directivo de una prestigiosa compañía
española de ferrocarriles, nos da la bienvenida y nos cuenta el planning de
trabajo para esa noche. En media hora estamos todos en camionetas pertrechados
con picos y palas camino al medio-medio del desierto. Nos pasamos toda la noche
y parte de la madrugada poniendo vías y traviesas, pero gracias al increíble y
espectacular manto protector que la noche ofrece en el desierto, Bethari y yo tenemos
la oportunidad de una ausencia en nuestros quehaceres para poder expresar
nuestros sentimientos sexuales. La sensibilidad y pasión que tiene en la manera
de hacer el amor es estremecedora, el cuerpo se vuelve cristal y estalla en
pedazos, se vuelve a juntar y acaba hecho añicos, así, hasta que la noche dice
basta y da paso al primer asomo del sol, momento en que Bethari y yo recogemos
nuestras palas y volvemos con el grupo.
Día 6.
A las 07:00 ya estamos de vuelta todos en la carpa sin dormir y sin descansar esperando de nuevo nuestros autobuses
respectivos. Té, pastas y un poco de couscous para desayunar. Debido al esfuerzo de la noche
anterior, mi espalda empieza a
resentirse de manera preocupante, aun así, como un verdadero moña cincuentón
enamorado, no puedo dejar de mirar a los 25 años de Bethari con una sonrisa
ridícula, satisfecha y acartonada. Cuando ya estamos todos los grupos divididos
para nuestra marcha al siguiente destino, decido, que después de la experiencia
de los anteriores días de viaje, mi aprendizaje en el cultivo y cuidado de las
orquídeas ha llegado a su fin y quiero volver con el grupo de Bethari que se
dirige a Madrid para el aprendizaje del trato a los turistas. Mi coordinador se
niega en rotundo a mis deseos, haciendo referencia al contrato que tenemos
firmado, contrato y firma que no aparecen por ningún lado en mis registros de
memoria. Resultado, tengo que seguir viaje, me despido efusivamente de Bethari
y después lloro como un chiquillo camino de mi autobús. En el autobús nos hacen
entrega de unos mini-auriculares, obsequio de la prestigiosa compañía de
ferrocarriles.
Continuará...
Continuará...
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