Cuin se disponía a
volver a apretar el botón rojo que significaba el inició de su ansiada
operación, cuando las miradas de las otras siete se posaron en ella. Cuin tuvo
su oportunidad y había fracasado, no fue culpa suya, pero… quién sabe si podría
volver a ocurrir y esta vez, en vez de una erupción solar provocaba la caída de
todos los satélites desperdigados por el espacio, encargados de emitir las
señales de televisión. No es que no se fiaran de Cuin, pero preferían no tentar
a la suerte.
Decidieron que la
siguiente en la lista para apretar el botón fuera Kerkel, pero esta declinó la
invitación, debido a su estado de embarazo, y ñoñez y sensibilidad en aumento,
no quería ser la ejecutora directa, de lo que su acto conllevaría.
La siguiente era Shi,
antes de que el resto se lo pidiera, ella ya había apretado el botón rojo.
Al otro lado de las
líneas telefónicas, el resto de sus colegas distribuidas por todos los países
del mundo, certificaron la correcta emisión de anuncios e informativos, todas
las pantallas del mundo los estaban emitiendo, incluidas las instaladas en
edificios, plazas públicas y centros comerciales. El mayor confinamiento y
extinción de una especie parecía que por fin, había comenzado.
Los hombres,
boquiabiertos, asombrados y llenos de admiración ante tal despliegue de
creatividad y espectacularidad, se agolpaban frente a las pantallas de
televisión, imaginándose ellos mismos protagonistas de tales anuncios e incluso
de tales eventos. Ya no se veía a ningún hombre caminar sin rumbo por las
calles, todos tenían su destino bien definido, acudir a la pantalla más
cercana, para recrearse en lo que esta les mostraba.
El pensamiento único de todos los hombres del mundo, una vez visto los anuncios, se centraba única y exclusivamente en ir a presenciar todos esos acontecimientos en vivo y en directo, costara lo que costara, irían de cualquier forma, ninguno, absolutamente ninguno, quería perdérselo. Todos irían a Pestaña.
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