jueves, 15 de septiembre de 2016

Caperucita nunca será devorada (LXVII)

  Tocaba ahora Videoconferencia con sus colegas del resto de países, según la agenda del día. -Fabuloso, fantástico, está saliendo todo a la perfección-, comentaron estas.

     -Todos los hombres que hemos seleccionado para enviar a Calma Yorka, se han mostrado encantados con la idea de las vacaciones pagadas a perpetuidad, de hecho ya deben de estar llegando los primeros por allí, porque la evacuación va a un ritmo formidable-.

  Las Ocho no daban crédito a tanta buena noticia, ¿estaría pasando algo raro? Se preguntaban. Y volvieron a preguntar a sus colegas que confirmaran lo que acababan de decir. Lo cual ratificaron cada una de ellas, apuntando que en pocos días habrían sacado ya a todos los elegidos de sus respectivos países y estos además con una ilusión tremenda por marcharse.

  ¿Qué estaría pasando? De repente se veían todos felices y contentos, como si un halo de alegría les envolviera. Las Ocho allí reunidas no entendían el porqué, este no era el mundo que ellas habían conocido y por lo que estaban reunidas ahora en la Casa Rural, para tomar medidas tan drásticas al respecto y arreglar lo que para ellas estaba hecho un auténtico desastre. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Habrían modificado los hombres su comportamiento? ¿Quizá ya no fuera necesario su plan? ¿Tal vez se hubiera solucionado todo con un par de mínimas medidas? ¿O era el sexto sentido que tenemos todos, que cuando intuimos una catástrofe rectificamos e intentamos evitarla?

  Todas, al otro lado de la Casa Rural, cuando escucharon esas reflexiones se pusieron a reír a carcajadas, dijeron a las Ocho allí reunidas, que tenían que salir un poco más, que tanto tiempo allí reunidas les estaba afectando seriamente, estaban empezando a dejar de percibir la auténtica realidad de las cosas. Que siguieran a lo que estaban, para terminar pronto la ejecución del proyecto y que se dejaran de chorradas. Que se olvidaran de halos de alegría, sextos sentidos y tonterías por el estilo. 

  Que todo era debido a que los hombres estaban llegando a un grado tan grande de desesperación, aburrimiento, desgana y cientos de adjetivos más y ninguno bueno por cierto, que cualquier cosa que les propusieras mínimamente diferente y por muy absurda que fuera, la harían con total sumisión y entusiasmo. Que ahora sería el momento preciso para enviarles a todos a Pestaña, porque irían sin pensarlo dos veces, aunque también les alertaron de que estaban empezando a aparecer algunos síntomas de violencia, que de momento no eran muy significativos, pero que habría que vigilar.

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