Ahora sólo les quedaba
esperar a que su primera parte del plan funcionara, porque si no, a ver como
explicaban ellas, qué hacían con doscientos cincuenta millones y cinco mil tres
hombres, encerrados en Calma Yorka.
Mientras esperaban
ansiosas noticias de esta operación se dedicaron a rematar los flecos que les
quedaban de su plan principal.
Todavía no se habían
parado a pensar en cómo sacar a las Pestañolas de Pestaña, y debían aprovechar la
construcción de las infraestructuras puestas allí en marcha para sacarlas.
Lo que se les ocurrió
fue lo siguiente, que antes del señalado día 18 de septiembre, programarían
grandes congresos y convenciones por todo lo largo y ancho del mundo, en las
que convocarían a todas las grandes, medianas y pequeñas empresas para que
asistieran a ellos. Todas las empresas que acudieran tendrían una suculenta
subvención con su correspondiente desgravación, multiplicada por dos, en el
caso de que las delegaciones estuvieran integradas en su totalidad por mujeres.
En Pestaña, como la
mayoría de hombres estaban pendientes básicamente de la construcción, cosa muy
normal, por otra parte, por aquellos lares, independientemente de que ahora
estuvieran dedicados a estas nuevas construcciones del gran circuito de
carreras y del inmenso aeropuerto, mandarían a dichas reuniones y convenciones
a las mujeres, con lo cual ya tendrían fuera a una buena parte de ellas, que
después elegirían su destino preferido.
En los otros lugares
del mundo, debido al estado semi crítico de los hombres y a la importante
desgravación fiscal, también enviarían seguramente a las reuniones y
convenciones a la mujeres, pero esto ya les importaba bien poco. Donde
realmente se tendrían que dirigir los hombres posteriormente sería a Pestaña.
Los Pestañoles estaban tan ensimismados y concentrados
en la obras de su gran circuito de carreras y del inmenso aeropuerto, que no
tenían mucho tiempo para dedicar a las Pestañolas. Como Tistine había abierto
un poco su caja, para todas estas construcciones, mientras que Opera tenía
cerrada la suya, la vida de los Pestañoles y demás trabajadores allí reunidos
para tal efecto, era bien simple. Iban de la obra al bar más cercano, del bar
más cercano a la cama y de la cama, otra vez, primero al bar más cercano y
después a la obra, para acabar nuevamente en el bar más cercano y así
sucesivamente todos los días. Con lo cual para las Ocho de la Casa Rural, no
sería nada difícil sacar al resto de Pestañolas de allí y que los Pestañoles no
pusieran muchos impedimentos a ello.