martes, 28 de junio de 2016

Caperucita nunca será devorada (LVIII)

  Ya estaban todas conformes y dispuestas otra vez a retomar de nuevo el final de su proyecto, pero estaban tan cansadas que decidieron dejarlo para el día siguiente y cuando todas estaban ya dispuestas a hacerlo, Shi se opuso tajantemente. Habían perdido tanto tiempo salvando animales, niños, pinturas y dibujos, libros y partituras y objetos varios, que en su proyecto habían avanzado bien poco, además tenían pendiente algo muy importante, algo que no podían dejar pasar sin acometer otro día más.

  En Pestaña ya había muchos recintos deportivos construidos, los cuales tenían pensado utilizar para la realización de las competiciones allí previstas, por lo que no tenían que gastar mucho tiempo y dinero en hacerlos, pero lo que sí que tenían que construir era el circuito principal de carreras, el óvalo sinuoso y revirado que recorría toda la costa de Pestaña y la parte norte, un tramo montañoso que separaba Pestaña de otros dos países. Uno de esos países era muy pequeñito, tan pequeño que en un principio pensaron en incluirlo también en la operación de reclusión, pero que al final lo desestimaron, al decir, no sé exactamente quién de ellas, que en ese país, protegido por altas montañas, comprar allí resultaba realmente barato, por lo que algún beneficio podrían obtener salvándole de la reclusión. Y el otro era un país grande y poderoso que nada tiene que ver en esta historia, salvo por los hombres y mujeres que allí habitaban y que tendrían el mismo destino que el resto de la humanidad.

  Así, pese al deseo de las otras siete de irse un rato a descansar, se tuvieron que quedar y ponerse a acometer la construcción del gran circuito, la cama tendría que esperar un poco.

  La construcción del gran circuito, les traería también alguna que otra buena sorpresa. Para construirlo Tistine tuvo que abrir su caja y bien abierta, pero era una inversión que les merecía la pena. Contactaron con las constructoras más importantes de Pestaña, a las cuales les encantó el proyecto, sin tener la más mínima idea de cuál sería su uso final. Les ordenaron que tenían que tenerlo terminado en menos de un mes. Y que como querían, sobre todo y muy importante, que primara la seguridad de todos los participantes, les pidieron que construyeran un muro, de 127 metros de alto, alrededor de todo el circuito, para que ningún corredor de coches, motos, bicicletas o cualquier vehículo susceptible de ser conducido y poder participar en una carrera, es decir, todos, pudiera tener un accidente y salir despedido hacia el mar, con los inconvenientes que eso acarrearía para rescatarlo.

  Ellas lo que realmente querían es que ese muro les sirviera de contención para que nadie pudiera escapar de allí una vez completado su diabólico pero a la vez imprescindible plan, además, para más escarnio aún, se lo iban a construir ellos mismos y encantados de poder hacerlo.

  También mandaron a las constructoras que a lo largo del circuito dejaran algunos tramos, en determinados puntos de la costa, sin terminar de momento, ya que estos puntos se utilizarían para la llegada de barcos, al principio llenos con materiales de construcción y luego repletos a rebosar con participantes y espectadores, pues preveían una gran congregación de gente próximamente allí y querían facilitar en todo lo posible la llegada de hombres a Pestaña. Una vez desembarcado todo lo desembarcable y los barcos hubieran realizado su cometido, se cerrarían y sellarían, con sus respectivos muros de seguridad, dichos tramos.

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