martes, 16 de febrero de 2016

Caperucita nunca será devorada (XXXIV)

  A Cuin no le hizo falta relatar la situación en la que se encontraba el mundo actual, pues todas la conocían perfectamente. Donde sí hizo hincapié fue en las vivencias que la habían llevado a conocer quiénes eran los verdaderos culpables de la deriva que estaba llevando la humanidad. Para ella los principales y únicos culpables de tal situación eran ellos, sí, ellos, los hombres.


  Todas, menos evidentemente Kerkel, Shi, Tistine y Opera, se mostraron sorprendidas pero no extrañadas de tal afirmación. Todas sabían los grandes defectos y pocas virtudes que suelen tener ellos. Añadiendo además, que con la cantidad de cosas maravillosas que hay para disfrutar, ellos se dedican básicamente a despreciarlas y joderlas.

  Cuin, Kerkel y Shi, además de esto, tenían claras muchas más cosas, pero querían que a la conclusión a la que habían llegado ellas, menos Shi, que muchas veces tiraba por su propio camino, llegaran también las demás, sin ningún tipo de coacción. Querían que de aquella reunión saliera una sola voz y una única solución para resolver los problemas actuales de la humanidad.

  Pensaron en la antigüedad, muy en la antigüedad, cuando las mujeres se quedaban dirigiendo sus países y ellos emprendían largos y lejanos viajes, de los que tardaban años en ir y muchos más en volver y además siempre les traían algún  detallito, qué tiempos aquellos suspiraron. Ahora los viajes son relámpagos y cuando ni siquiera les ha dado tiempo a despedirse ya están otra vez de vuelta en sus casas, sin detallito ni nada que se le parezca y quejándose de lo fatigados y cansados que están.  

  Tistine añadió, que además los hombres actuales no hacían más que meterle mano a su caja, cuando no era para una cosa era para otra, el caso era pedir y todo a costa del fisco de sus países y del fisco mundial. De sus propios bolsillos no salía ni una moneda. Menos mal que Tistine les había cerrado ya la caja y ahora sólo era utilizaba por ellas y para ocasiones especiales, como la compra de todos los medios de comunicación, hecho del que por cierto no habían informado todavía al resto de sus compañeras. Imagino que lo haría Opera, que por llamarlo de alguna forma, fue la impulsora de la medida.

  Kerkel ratificó las palabras de Tistine, comentando que siempre que se reunía con los hombres, supuestos dirigentes de países medio súbditos suyos, no paraban de pedirle que dijera a Tistine que abriera la caja y las reuniones que mantenía se limitaban prácticamente a ese único punto en concreto, dejando sin tratar otros temas de vital importancia.

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