A Cuin no le hizo falta
relatar la situación en la que se encontraba el mundo actual, pues todas la conocían perfectamente. Donde sí hizo hincapié fue en las vivencias que la
habían llevado a conocer quiénes eran los verdaderos culpables de la deriva que
estaba llevando la humanidad. Para ella los principales y únicos culpables de
tal situación eran ellos, sí, ellos, los hombres.
Todas, menos evidentemente Kerkel, Shi, Tistine y Opera, se mostraron sorprendidas pero no extrañadas de tal afirmación. Todas sabían los grandes defectos y pocas virtudes que suelen tener ellos. Añadiendo además, que con la cantidad de cosas maravillosas que hay para disfrutar, ellos se dedican básicamente a despreciarlas y joderlas.
Cuin, Kerkel y Shi,
además de esto, tenían claras muchas más cosas, pero querían que a la
conclusión a la que habían llegado ellas, menos Shi, que muchas veces tiraba
por su propio camino, llegaran también las demás, sin ningún tipo de coacción.
Querían que de aquella reunión saliera una sola voz y una única solución para
resolver los problemas actuales de la humanidad.
Pensaron en la
antigüedad, muy en la antigüedad, cuando las mujeres se quedaban dirigiendo sus
países y ellos emprendían largos y lejanos viajes, de los que tardaban años en
ir y muchos más en volver y además siempre les traían algún detallito, qué tiempos aquellos suspiraron.
Ahora los viajes son relámpagos y cuando ni siquiera les ha dado tiempo a
despedirse ya están otra vez de vuelta en sus casas, sin detallito ni nada que
se le parezca y quejándose de lo fatigados y cansados que están.
Tistine añadió, que
además los hombres actuales no hacían más que meterle mano a su caja, cuando no
era para una cosa era para otra, el caso era pedir y todo a costa del fisco de
sus países y del fisco mundial. De sus propios bolsillos no salía ni una
moneda. Menos mal que Tistine
les había cerrado ya la caja y ahora sólo era utilizaba por ellas y para ocasiones
especiales, como la compra de todos los medios de comunicación, hecho del que
por cierto no habían informado todavía al resto de sus compañeras. Imagino que
lo haría Opera, que por llamarlo de alguna forma, fue la impulsora de la
medida.
Kerkel ratificó las palabras de Tistine, comentando
que siempre que se reunía con los hombres, supuestos dirigentes de países medio
súbditos suyos, no paraban de pedirle que dijera a Tistine que abriera la caja
y las reuniones que mantenía se limitaban prácticamente a ese único punto en
concreto, dejando sin tratar otros temas de vital importancia.
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