jueves, 7 de enero de 2016

Caperucita nunca será devorada (XXV)

  Se levantó Cuin, se levantó Kerkel y se levantó Shi, esa fue la última vez que los hombres allí presentes las volvieron a ver.

  Los hombres allí reunidos no dieron mucha importancia a las palabras de Cuin, -Bah, mujeres-, pensaron. Se levantaron y se fueron a sus respectivos clubs a intentar seguir arreglando el mundo. Al llegar a ellos se encontraron con un curioso cartel en la puerta: “Se ruega abonen las consumiciones antes de ser servidas”. El hecho de que Tistine La Del Garde hubiera guardado la llave de los dineros en la parte más intima de su cuerpo y todavía tuviera su caja herméticamente cerrada, empezaba a sentirse.

  Como no podían estar en sus Clubs, y sin saber qué hacer, se dirigieron a sus respectivas casas, dispuestos a ver el partido de la tarde o a devorar cualquier otro evento deportivo que transmitieran en la otra caja, la caja de Opera, que a diferencia de la de Tistine, era más grande, más plana, más llena de color, con mando a distancia y con un sonido 5.1 espectacular.

  Pero también Opera mantenía de momento su caja cerrada, bueno, para ser exactos, la mantenía parcialmente cerrada, ya que sólo emitía un programa que se llamaba “Los Documentales de la Dos” o algo parecido, con lo cual la desesperación y desgana del género masculino era ya casi total, prácticamente sólo se dedicaban a deambular por las calles sin rumbo, sin sentido y sin saber qué hacer.  Ellas seguían monísimas, dedicadas a sus cosas, cuidando de los suyos, cuidando de su cuerpo y de su mente y dándose algún que otro capricho.

  Estos hechos no sólo ocurría en los dominios de Cuin, sino que en el mundo entero pasaba exactamente lo mismo. Los efectos del cierre de las dos cajas más importantes hasta entonces, empezaban a tener sus frutos y sus consecuencias.

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