Cuin en el medio,
Kerkel a un lado y Shi al otro. Cuin se levantó y habló dirigiéndose
principalmente a los hombres.
-Señores, más de tres mil
cuatrocientos millones de mujeres, incluidas las aquí presentes, somos las
dueñas reales del mundo, el porqué no se lo explicaré porque ustedes bien lo
saben y si no lo saben hay cientos de refranes que lo corroboran, estúdienselos
y hallarán la respuesta. Ustedes simplemente se han dedicado a dirigir grandes,
medianas y pequeñas empresas y por cierto, lo han hecho fatal. Ustedes se han
tomado el mundo como un juego, principalmente porque nosotras hemos cometido el
error de permitírselo, pero esto ya ha ido demasiado lejos. A todos ustedes les
ha parido alguna mujer, por lo que nos deberían haber estado siempre agradecidos
y habernos mostrado un gran respeto, y no ha sido así. No nos han dado ni una
sola alegría, ninguna y cuando digo ninguna, digo ninguna, sí, sí, no me miren
así de sorprendidos, que nosotras sabemos fingir perfectamente y ustedes no. Ustedes,
entre otras muchas cosas, que no me molestaré en enumerar ahora mismo, son
unos títeres y unos crédulos y en unos meses tendrán la oportunidad de comprobarlo-.
-Qué pensaban-, prosiguió Cuin. -Que con unos pequeños
regalos, unos pocos mimitos y un “sí cariño, luego te llamo que ahora estoy
ocupado” lo tendrían ya todo resulto, pues no. Además, ¿ocupados en qué? en
arreglar el mundo y a todo bicho viviente, reunidos siempre con los amigotes. Ustedes
ni han arreglado el mundo, ni han arreglado nada, ustedes están dejando todo hecho un desastre y
antes de que sea demasiado tarde, nosotras lo vamos a impedir. Y ya para
terminar les digo que estás son las últimas copas que pago, las próximas las
pagarán ustedes, y bien “pagás”. Ahora mis amigas y yo nos vamos, ya tendrán
noticias nuestras, pero antes de irme, les informo de que dentro de muy poco
ustedes tendrán su mundo, el mundo que se merecen, y nosotras el nuestro.
Que lo disfruten, Feliz Año a todos-, terminó Cuin su discurso.
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