viernes, 6 de noviembre de 2015

Caperucita nunca será devorada (XIV)

   Apenas pudieron dormir un par de horas, ya que la excitación que sentían se lo impedía. Las dos se levantaron con una amplia, bonita y quizá también maligna sonrisa en su rostro, sonrisa que Cuin tardó bastante en poderse quitar, ya que era una persona que no estaba muy acostumbrada a sonreír, debido sobre todo a la importancia de su cargo y a los cinco kilos de maquillaje que solía llevar, lo que hacía que cada movimiento de sus músculos faciales fuera una auténtica heroicidad.

  Al ir a prepararse un desayuno acorde con su posición y con el momento tan importante que se disponían a acometer, se percataron de que ni tenían té, ni café, ni siquiera una simple mandarina para desayunar, así que lo primero que hicieron, antes de empezar a programar su plan, fue llamar al propietario de la casa rural, para que les abasteciera de todos los víveres que creyeron que iban a necesitar y de los que habían estado privadas durante su estancia allí, extensa lista, por cierto. Como  también decidieron quedarse un par de días más, se lo comunicarían al propietario cuando llegara con los suministros.

  Una vez descargado todo lo que habían solicitado, el dueño de la casa rural se dirigió hacia ellas con un periódico en la mano, les pidió que se sentaran y les mostró la portada, en la que se podía leer: “Sospechas Fundadas De Una Reunión Secreta Entre Dos Importantes Líderes Mundiales”, con las fotos de Cuin y Kerkel y un extenso artículo con diversas conjeturas sobre dicha reunión.

  Cuin y Kerkel estaban más que acostumbradas a todo este tipo de rumores, y este en realidad era una minucia, pero no querían que siguiera creciendo más de lo debido y menos aún, que hubiera testigos de aquel encuentro que lo alimentaran, así que decidieron actuar con rapidez y contundencia en uno de los aspectos a solucionar, en este caso, el del testigo de tal encuentro. Compraron al propietario la Casa Rural en la que estaban, también compraron el resto de propiedades que poseía y le mandaron de vacaciones pagadas e indefinidas a Calma Yorka. Cuin y Kerkel sabían perfectamente que a los hombres se les puede comprar fácilmente y más dos mujeres, aunque no siempre de esta misma forma.

 Una vez dada buena cuenta de más de la mitad de las provisiones que les había traído el ahora expropietario de la Casa Rural, se pusieron a programar su plan con todo detalle, si bien antes encendieron sus inteligentes teléfonos móviles llamados ifones, o algo similar. Ya tenían dos mil cien llamadas sin contestar y mil doscientos mensajes sin abrir, pero una misma llamada en especial que tenían las dos, las llenó de intranquilidad y cierto temor. La llamada era de Huy Shi.

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