Por las noches,
mientras ellas se ponen sus mejores galas y maquillajes, bailan, ríen, cantan y disfrutan, ellos, si no hay el
correspondiente torneo veraniego televisado de fútbol al que entregarse con
total devoción, medio dormitan sentados en un oscuro rincón, esperando con
ansia la llegada del día siguiente y el reencuentro con su amado chiringuito.
Kerkel estaba dividida,
mientras la mitad de su cuerpo recubierto de crema, tomaba el sol, la otra
mitad observaba atentamente el comportamiento de los hombres. Kerkel, metódica
y periódicamente iba cambiando de mitad. La mitad que un día tomaba el sol, a
la mañana siguiente observaba, la que bailaba al día siguiente escuchaba y así
sucesivamente hasta que las dos mitades habían realizado exactamente las mismas
funciones durante el mismo periodo de tiempo, con lo cual Kerkel, a pesar de
estar dividida, estaba totalmente equilibrada. Este trabajo realizado por ella,
era prácticamente imposible de realizar por cualquier hombre, debido a las
características fisiológicas, fisionómicas y aerodinámicas especificas de los
mismos.
Y así iban
trascurriendo plácidamente los días de vacaciones de Kerkel, que únicamente se
veían alterados por algún que otro acontecimiento, como llegada de familias de cierto renombrillo a Calma Yorka, invasión de medusas, fuerte viento de
levante, partido de solteros contra casados y cosas por el estilo, de las
cuales daban debida cuenta los diferentes servicios informativos de televisión,
prensa y radio locales.
Cuando regresaban a sus respectivos lugares de
residencia, ellas lucían un precioso color y textura de piel, ellos, debido al
efecto del exceso de alcohol y a la total ausencia de crema
protectora factor 42, volvían con una piel cuarteada de un tono rojizo muy
peculiar y con tonalidades nada tranquilizadoras.
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