martes, 3 de noviembre de 2015

Caperucita nunca será devorada (XII)

  Por las noches, mientras ellas se ponen sus mejores galas y maquillajes, bailan,  ríen, cantan y disfrutan, ellos, si no hay el correspondiente torneo veraniego televisado de fútbol al que entregarse con total devoción, medio dormitan sentados en un oscuro rincón, esperando con ansia la llegada del día siguiente y el reencuentro con su amado chiringuito.

  Kerkel estaba dividida, mientras la mitad de su cuerpo recubierto de crema, tomaba el sol, la otra mitad observaba atentamente el comportamiento de los hombres. Kerkel, metódica y periódicamente iba cambiando de mitad. La mitad que un día tomaba el sol, a la mañana siguiente observaba, la que bailaba al día siguiente escuchaba y así sucesivamente hasta que las dos mitades habían realizado exactamente las mismas funciones durante el mismo periodo de tiempo, con lo cual Kerkel, a pesar de estar dividida, estaba totalmente equilibrada. Este trabajo realizado por ella, era prácticamente imposible de realizar por cualquier hombre, debido a las características fisiológicas, fisionómicas y aerodinámicas especificas de los mismos.  

 Y así iban trascurriendo plácidamente los días de vacaciones de Kerkel, que únicamente se veían alterados por algún que otro acontecimiento, como llegada de familias de cierto renombrillo a Calma Yorka, invasión de medusas, fuerte viento de levante, partido de solteros contra casados y cosas por el estilo, de las cuales daban debida cuenta los diferentes servicios informativos de televisión, prensa y radio locales.

 Cuando regresaban a sus respectivos lugares de residencia, ellas lucían un precioso color y textura de piel, ellos, debido al efecto del exceso de alcohol y a la total ausencia de crema protectora factor 42, volvían con una piel cuarteada de un tono rojizo muy peculiar y con tonalidades nada tranquilizadoras.

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