Cuin se marchó del Club
Totario Ese, o como se llamara, detrás suyo, ni se oyó
cerrar la puerta, ni el crujir de espaldas pero en sentido inverso, ese fue
el momento culminante en el que tomó su decisión final respecto al destino de la humanidad, una decisión que llevaría a
cabo con total determinación y precisión.
Ya en la calle llamó a los albañiles más prestigiosos y eficientes del Imperio, que al minuto estaban ya parados junto a ella y a las puertas del Club Totario Ese. Cuin les ordenó que inmediatamente tapiaran puertas y ventanas sin rechistar y sin el más mínimo pero. A los cinco minutos el Club Totario Ese, con los doscientos diecisiete miembros que en ese momento se encontraban en él, quedó completamente sellado y totalmente incomunicado. Esto fue para Cuin un pequeño, muy pequeño, preámbulo de lo que tenía pensado.
Cuando Cuin bajó a
desayunar ese día y estando la decisión ya tomada, ver a uno de sus hijos y a
uno de sus nietos, no hizo más que confirmarle que estaba actuando de manera
correcta y que los hombres tenían un verdadero problema, aunque a la vez sintió
también un poco de pena, ya que a uno de los allí sentados lo había parido
ella, le había dado de mamar, bueno, eso a lo mejor no, lo había criado y
educado, bueno, eso a lo mejor tampoco, pero es igual, lo importante es que lo
había parido, que de eso sí que estaba completamente segura.
Pensó en todas la
mujeres, en todas las madres, pensó en las abuelas, en las hijas, nietas,
bisnietas, primas, tías sobrinas,
cuñadas, suegras y nueras, sobre estas tres últimas dudó unos instantes, pero
no, Ella, las salvaría y haría feliz a todas.
Kerkel estaba, que no
estaba, se levantó para abrazar a Cuin pero se dio cuenta que ya estaban las
dos fundidas en un abrazo, derramando, probablemente, las últimas lágrimas y en
el caso de Cuin, primeras lágrimas también, que volverían a derramar.
Una vez terminado este episodio, Cuin trasmitió a Kerkel
su decisión y solución a lo que estaba pasando, esta no sólo la aplaudió, sino
que se mostró totalmente entusiasta con dicha decisión y su rostro reflejó un
resplandor nunca visto en sus 110 años de existencia.
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