Una vez en Palacio, estuvo
tres días recluida sin ver absolutamente a nadie del género masculino hasta ese
histórico día 12 de abril de no recuerdo que año exactamente. A las 00:01h Cuin
se dirigió hacia el club donde su mantenido marido acostumbraba a pasar buena
parte de la noche de algunas noches.
El club se llamaba Club
Totario Ese, o algo parecido, en él se reunían los hombres que se creían los
más influyentes, no sólo del Imperio de Cuin, sino de todos los Imperios del
mundo. El club no permitía a ninguna mujer formar parte de él y mucho menos que
entraran en sus edificios, era sólo para ellos, los elegidos. Cuin llamó a la
puerta, al minuto apareció un hombre de aspecto y vestimenta realmente extrañas
e indefinibles. El hombre con la mano en el pomo de la puerta y la boca
totalmente abierta se quedó inmóvil al verla, a un simple gesto de Cuin, se
inclinó ante ella y le dejó pasar.
Ella era Cuin, ningún
club del mundo, por muy estrictas normas que tuviera le iba a impedir el paso.
Nada más entrar Cuin en
la sala principal se escuchó un crujido de espaldas al doblarse. Cuin contempló
un espectáculo que ya había visto unas cuantas miles de veces, doscientas
diecisiete calvas coronillas ante sus ojos, -Señores, por favor-, se le oyó
decir, al instante el mismo crujido de espaldas se escuchó, pero esta vez en
sentido inverso. Nadie movió un músculo mientras ella recorría la sala,
cuando encontró a su marido, le dedicó tal mirada, que los 172 años que tenía
el hombre, se convirtieron en 274. Cuin decidió sentarse, el resto de hombres
allí presentes permanecían inertes. Allí estaban muchos a los que Cuin recibía
por las mañanas y que por la noche se reunían para contar sus batallas, logros
y conquistas, casi todas falsas, excepto por desgracia las batallas, que solían
ser verdaderas y causantes de mucho sufrimiento y, que por cierto, en las que los
allí presentes no solían participar, simplemente se limitaban a empezar y
dirigir.
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