jueves, 17 de septiembre de 2015

Carta al Sr. Presidente

Sr. Presidente,

 El otro día tuve el gusto de cruzarme con usted  y no quiero dejar de aprovechar la oportunidad de agradecer su compromiso y rigurosidad durante estos interminables cuatro últimos años. Usted nos ha dirigido con mano firme y paso seguro, siempre con gesto austero y formal,  gesto natural, que  denota seriedad y saber. Sus brazos siempre extendidos, señal de cálida acogida a los desprotegidos, un ojo abierto y otro entreabierto en claro guiño a que la mentira y especulación nunca han estado presentes en usted. Esos pelos al viento y amplia frente, aire desenfadado y moderno, pero sin perder en ningún momento la sensatez y responsabilidad que su cargo conlleva, y esa boca, esa boca abierta de sorpresa ante la incomprensión que genera su dura lucha por guiarnos, protegernos y evangelizarnos. 

 Me causa admiración su expresión, la expresión de los hombres que saben lo que quieren, que no dudan, hasta en las máximas dudas, de su condición. Se nota que usted ha bebido, ha bebido de fuentes que los simples mortales somos incapaces de imaginar, esa fuente que le embute de dialogo, de aire fresco y activo, de hombre enérgico, de decisión rápida y hábil, inamovible en las adversidades, siempre con el mismo gesto capaz, capaz incluso hasta de ser incapaz, capaz de no decir nada y parecer, que efectivamente, no ha dicho nada, capaz de no entenderse ni a sí mismo, para no hacernos sentir nuestro pobre nivel de comprensión.

 Usted sabe mejor que nadie que su tiempo se acaba y aunque me temo que lamentablemente pronto será olvidado, alégrese, porque siempre será el refugio de algún can, que pasará a su lado y, con un leve gesto, le recordará y agradecerá todo lo que ha hecho por nosotros.

Nota: Cada foto tiene un motivo, el motivo de esta es un parecido, por ello pido mi más sentidas disculpas a los árboles en general y al de la foto en particular, por tan agravio comparativo.

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